Aún recuerdo la ilusión con la que comencé mis estudios de Derecho y, años más tarde, la ilusión renovada cuando me impuse la disciplina de prepararme las oposiciones a judicatura. Porque, en el fondo, desde el principio, mi vocación se orientó a servir a la Justicia desde la toga de juez, desde los estrados de un Tribunal, que nunca interpreté como una investidura o estamento de poder sino como un hábito, una plataforma en la que un igual juzga a otros iguales, procurando siempre que prevaleciera la verdad y el derecho de los más indefensos, los más débiles y discriminados, en esta sociedad en la que, por desgracia, suele prevalecer siempre el más fuerte y el más mentiroso. El más listo y trepa y no el más honrado e inteligente.
No dudo que cometiera errores en ese empeño, pero desde luego la humildad y sencillez a veces viene reñida con ciertos cargos. También la sinceridad y la claridad de pensamiento es incompatible y un ejercicio de grave riesgo en un mundo regido por la dictadura de la hipocresía de lo políticamente correcto. Porque lo adecuado es dejarse llevar por la corriente, no ser crítico ni aun en contra de lo esperpéntico y falso, lo manifiestamente contrario a lo obvio, lo ético, equitativo y justo.
Estaba convencido de que los jueces han de venir sometidos al imperio de la ley, una normativa marcada por el sentido común, la moral y la igualdad de trato a toda la ciudadanía, y me equivoqué, pues también se ha de juzgar bajo el prisma de perspectivas ideológicas, con las que se ha de estar de acuerdo, gusten o no, y sin ofrecer opción alguna al debate y a la disidencia, por muy justificada y argumentada que se encuentre. Se ha de escuchar sólo los lamentos que se deben filtrar a nuestros oídos amansados doctrinalmente, unos lamentos que claro que existen y son reales, pero que se distorsionan con los nuevos estereotipos y roles que están detrás de muchos de esos dramas, y nos hacen confundir lamentos verdaderos con ecos resonantes y mil veces reiterados, con propaganda sectaria e interesada. Se acallan para siempre otros lamentos que se censuran y se califican como inexistentes, mitología con la que nos topamos a diario, unicornios de carne y hueso que no tienen derecho ni a lamerse sus heridas porque pertenecen al universo de lo irreal y ficticio. Al mundo inventado por gente desaprensiva que no obedece los dogmas oficiales.
Me equivoqué, y por ello mi familia y yo lo hemos pagado caro. Ahora después de años de lucha, que aun no ha concluido pues todavía quedan importantes flecos sin resolver y daños materiales y morales que reclamar, me encuentro con una victoria que ensombrece la pira del tiempo, que consume ilusiones de juventud y apaga pasiones encendidas. Vuelvo a ser magistrado, cuando ya me había reinventado como abogado, en esa misma vocación de servicio a la Justicia. No tendré que volver a pasar por un tribunal de oposición, un reto que solo es capaz de asumir gente joven, sin experiencia en combate y no quienes venimos ya de vuelta en esta amarga contienda de enfrentarnos a lo injusto, y viendo, lo que es peor, que en demasiadas ocasiones se impone sobre lo justo. Vuelvo a ser magistrado, pero sin que nada tenga que ver este éxito con el que celebré con tan solo 24 años, cuando superé las duras oposiciones a juez y fiscal de carrera. Entonces ante todo y sobre todas las cosas, quería ser juez. ¿ Ahora? Ahora no lo tengo tan claro y no lo celebro ni mucho menos con la misma alegría. Muchas voces, incluso de los que más me quieren, me aconsejan que vuelva al redil, que me someta dentro de una toga que se ha convertir en coraza de indiferencia y de oscuridad frente a mi conciencia que se rebela contra esa Justicia devaluada y dependiente.
Ahora, por tanto, volveré pues, y entonces seré yo quien en libertad decida, eso sí una vez superada la travesía del desierto, en la que nunca he estado sólo. Ahora puedo decir con orgullo que he superado otras difíciles oposiciones, las que te marca la vida y el destino, contando con un despacho profesional que me he forjado con esfuerzo y sacrificio, y contando con la confianza de quienes ven en mí una toga rebelde, un gladiador, un veterano de Tercio Viejo, que nunca se rinde.
Francisco Serrano Castro
Abogado y Magistrado rehabilitado